Un león descansaba bajo la sombra de un frondoso árbol cuando un mosquito pasó zumbando a su alrededor. Enfurecido, el león le dijo al mosquito:
—¿Cómo te atreves a acercarte tanto? Vete, o te destruiré con mis garras.
Sin embargo, el mosquito era muy jactancioso y conocía bien sus propias habilidades y las ventajas de su diminuto tamaño.
—¡No te tengo miedo! —exclamó el mosquito—. Puedes ser mucho más fuerte que yo, pero tus afilados dientes y garras no me harán el menor daño. Para comprobarlo, te desafío a un combate.
En ese momento, el mosquito atacó al león picándolo en la nariz, las orejas y la cola. El león, aún más enfurecido a causa del dolor, intentó atrapar al mosquito, pero terminó lastimándose gravemente con sus garras.
Lleno de orgullo, el mosquito comenzó a volar sin mirar hacia a dónde iba. Fue de esta manera que tropezó con una telaraña y quedó atrapado entre los hilos de seda. Entonces, se dijo entre lamentos:
—Qué triste es mi final; vencer al rey de todas las bestias y acabar devorado por una insignificante araña.
Moraleja
Ninguna victoria dura para siempre.
Este cuento ha terminado.