En un pequeño pueblo, oculto entre montañas y bosques, vivía un anciano relojero llamado Mateo. Su tienda, un lugar mágico lleno de relojes antiguos y engranajes, era conocida por ser un refugio para quienes buscaban algo más que la hora exacta. Se decía que Mateo no solo arreglaba relojes, sino que también restauraba el tiempo perdido.

Un día, un joven llamado Lucas entró en la tienda. Con el rostro marcado por la tristeza, Lucas explicó que había pasado años persiguiendo el éxito, descuidando a sus seres queridos y perdiendo la alegría de vivir. Ahora, sentía que el tiempo se le había escapado entre los dedos.

Mateo, con una sonrisa serena, le ofreció un reloj muy especial. “Este reloj no mide el tiempo en horas, minutos o segundos,” dijo el anciano. “Cada vez que hagas algo con verdadero amor, dedicación o felicidad, el reloj avanzará. Pero si dejas que el tiempo pase sin sentido, se detendrá.”

Intrigado, Lucas aceptó el reloj y lo llevó consigo. Al principio, trató de hacer que el reloj avanzara realizando tareas sin pasión, solo para descubrir que el reloj permanecía inmóvil. Poco a poco, comenzó a comprender el mensaje de Mateo. Decidió hacer las paces con su familia, retomó viejas amistades, y dedicó su tiempo a aquello que realmente le apasionaba.

Con cada acto de amor y cada momento de felicidad genuina, el reloj avanzaba, pero Lucas notó algo aún más sorprendente: no solo el reloj parecía avanzar, sino que él mismo se sentía más vivo, más presente, como si el tiempo recobrado estuviera llenando su vida de nuevo.

Años más tarde, Lucas volvió a la tienda del anciano, ya no como un joven angustiado, sino como alguien que había aprendido a vivir plenamente. Le entregó el reloj a Mateo, agradeciéndole por la lección más valiosa que jamás había recibido.

Mateo, con ojos brillantes, simplemente dijo: “El tiempo no se mide en lo que haces, sino en cómo lo vives.”

Y así, Lucas salió de la tienda, sabiendo que el tiempo que realmente importa no es el que marca un reloj, sino el que dejamos marcado en los corazones de quienes nos rodean y en las historias que construimos con ellos.