En un bosque encantado, donde los árboles susurraban secretos al viento y los arroyos cantaban canciones alegres, vivían tres amigos muy especiales: Teo, el zorro travieso; Lina, la ardilla curiosa; y Nico, el conejito bondadoso. Cada día, exploraban juntos el bosque, jugaban escondite entre los árboles y compartían risas bajo el sol.

Un día, mientras exploraban una parte del bosque que no conocían, se encontraron con un árbol diferente a todos los demás. Era alto y robusto, con hojas brillantes y ramas que se entrelazaban como brazos protectores. Pero lo más sorprendente era que este árbol parecía estar triste.

—¿Qué te pasa, árbol amigo? —preguntó Nico con preocupación.

El árbol suspiró suavemente y respondió con voz suave pero triste:

—Soy el Árbol de los Amigos, y aunque siempre he sido testigo de la amistad que florece en este bosque, ahora me siento solo. Mis hojas están tristes porque no tengo amigos a quienes cuidar como ustedes se cuidan entre sí.

Teo, Lina y Nico se miraron entre ellos y sintieron compasión por el Árbol de los Amigos.

—No te preocupes, árbol querido. Nosotros seremos tus amigos —dijo Lina con una sonrisa.

Desde ese día, los tres amigos visitaron al Árbol de los Amigos todos los días. Le contaban historias sobre sus aventuras y juegos, bailaban bajo su sombra fresca y le prometieron cuidarlo con amor. Pronto, el árbol comenzó a sentirse más feliz y sus hojas volvieron a brillar con alegría.